Este Blog ha nacido para dejar volar la imaginación, y al igual que las mariposas, anuncian su presencia con el aleteo de las alas, espero de vez en cuando volar para encontrar historias que contar.

29 de diciembre de 2014

FANI

FANI.
La niña de nueve años cogió al pequeño de apenas catorce meses  y lo colocó a horcajadas  en la cintura.
-Sácalo a  la calle, le había dicho la madre, a ver si se tranquiliza un poco.
El niño había superado una tos-ferina, y todos en la casa se habían cansado de oírlo toser. En pleno proceso la madre lo sacaba de paseo por los altos del terreno al cobijo de los árboles, pero por donde decían corría aire puro. Era tal la virulencia de la tos que ella prefería sacarlo, temiendo que en algún momento el niño no lo soportara más. Allí se agarraba a las faldas de la madre mientras la tos lo atacaba sin descanso.
Lo peor había pasado y el niño se encontraba echando de menos las atenciones especiales que la madre le había dado mientras estaba enfermo.  Y ahora era  Fani a quien le tocaba entretenerlo, mientras el resto de las mujeres; sus dos hermanas mayores junto a la madre, se hacían cargo de los trabajos de la casa.
A veces la tarea de “entretener” a su hermano pequeño la molestaba. Era muy pequeño e inquieto y tenía que estar muy atenta a todo lo que hacía, siempre le soltaban la misma retahíla; “cuidado que no le pase nada…no le sueltes de la mano…”, y ella procuraba repetírselo mientras vigilaba que no se alejara de su lado, que no cayera, o que no se metiera en la boca todo lo que pillaba por el suelo.
Había pasado de ser la más pequeña y recibir todas las atenciones, a verse con un hermano más pequeño  invadiendo su espacio, sin contar con ella, quitándole el trono de todas las atenciones. Se acabó su reinado. Se fue dando cuenta que poco a poco estaba entrando en ese trajín casero que ella hasta hacia nada lo veía con despreocupación y distancia. Ahora igual alejaba al niño de los ocupados mayores, que la podían poner al fregadero, ocupación que desde el primer momento no tuvo duda que odiaba.  Rascar el culo de las ollas hasta quitarle el tizne de la lumbre, era una exigencia de la madre, que la marcaria de por vida. No entendía  por qué, cada día había que rascarlas, si cada día se volvían a poner al fuego. Y como cada día remugaba con este argumento, su madre le decía: “¡tú también comes cada día…! “  Las puntualizaciones de la madre, solían ser concisas y directas; no había réplica, no quedaba más remedio que agachar la cabeza y seguir frotando fuerte con la piedra de Asperón y cuando no había, la misma ceniza de la lumbre servía. Ya se había dado cuenta que cuidar al pequeño era un mal menor comparado con el fregadero.
Con el niño cargado a horcajadas en la  cintura se alejo de la casa, camino hacia la alameda. Allí el regato apenas era un hilo de agua que corría sobre unos guijarros que hacían  que fuera tan cristalina que te invitaba a jugar. Dejaba al niño sentado en el suelo a una distancia prudencial  mientras ella chapoteaba, jugaba a perseguir diminutos peces o larvas que se escondían, entre los recovecos y sombras de las piedras que soltaban reflejos por el sol. También aprovechaba para lavarse los pies y la cara, procurando no mojarse el vestido. Después mirando al niño,  comprendió que no le iría mal si le lavaba la cara y le quitaba los mocos, que últimamente pugnaban por salir por los diminutos orificios como dos velas, que si no fuera porque a ella misma le molestaba sobre manera, le estarían colgando de forma permanente. El agua estaba muy fría y el pequeño terminaba de salir de la tos-ferina, le hubiera quitado la ropa para que chapoteara en el agua, sabía que le gustaba, pues ya lo había hecho alguna vez a riesgo de que las mujeres que estaban en casa se enteraran. Seguro que se llevaría una reprimenda, pero el niño se lo pasaba bien. En esta ocasión Fani fue juiciosa, cogió al niño debajo de su brazo izquierdo y se plantó en medio de la pequeña corriente. Enseguida el niño se dio cuenta de las intenciones de la hermana y comenzó a berrear, pero lo sujetó fuerte y medio agachada, con la mano derecha haciendo un cuenco cogía agua del riachuelo y la llevaba hacia la cara del niño, mientras le decía:
-¡Ya…! ya sé que te gustaría que te soltara, pero hoy tendrás que conformarte  con que te lave la cara y te quite esos mocos asquerosos que te cuelgan. ¡Veras que guapo  quedas…!
Cuando le pareció que estaba listo, salió del regato lo sentó en el suelo y le seco la cara con el revés de la falda de su vestido. Este gesto se lo había visto a su madre en muchas ocasiones y era el recurso que utilizaba cuando se dejaba en casa el pañuelo, o cualquier trapo que hiciera las veces de pañuelo.
-¿Ves que guapo? Ahora nos quedamos aquí un rato,  quietito… ¡eh!
Se estiró el vestido con las manos y se sacudió las briznas de hierba al tiempo que se tumbaba y agarraba al niño con una mano acercándolo a su costado para tenerlo controlado, sabía que le gustaba jugar con los botones de su vestido y se aseguró que se fijara en ellos. Lo miró a la cara embelesada y pensó con admiración que; lo quería con locura y que era el niño más guapo que había visto jamás, a pesar de que su llegada al mundo cambiara sus ratos de juegos por los cuidados hacía él.
Sonrió tapándose la cara con el antebrazo para evitar que los rayos de sol que se filtraban entre las ramas de los chopos la cegaran. Temiendo quedarse dormida por el sopor del calor resguardados al abrigo de la hierba y los arboles, afianzó el brazo alrededor del cuerpo del niño para asegurar, en caso de quedarse traspuesta, que no se marchara.
La sobresaltó el ruido de un rebaño de ovejas y se incorporó de golpe. Seguro que eran las ovejas de sus vecinos los pastores y con suerte las estaría arreando un niño más o menos de su edad. Se tocó la cara con las manos pues, juraría que de repente le ardía, se miraron tímidamente rehuyéndose. Cuando creyó que ya le daba la espalda, lo siguió con la mirada como se alejaba.

Tenía hambre, y automáticamente pensó en las fresas de  la  huerta de Abilio. La huerta no estaba muy lejos, de hecho la divisaba desde donde estaba, pues tenía la peculiaridad de tener por uno de los lados una pared de piedra con una puerta pequeña de madera, el resto estaba cercado por alambre de espino. Fani no entendía para qué la puerta, ella solo tenía que reptar por debajo de la alambre de espino para estar dentro. De vez en cuando hurtaba pequeños alimentos o fruta de temporada, a pesar de tener un miedo incontrolable al dueño de la huerta, pues se solía pasear con una chaqueta con botones dorados y una escopeta al hombro. Siempre lo rehuía a pesar de que no tenía razones para hacerlo, lo que tenía claro era, que la escopeta le daba miedo. Abilio era el guarda de la finca y la escopeta sin duda era la máxima autoridad, no era a ella sola, a la que el arma, cuando menos le imponía.
Decidió arriesgarse y después de extender la mirada hasta donde alcanzaba asegurándose de no haber nadie que se interpusiera en su camino, cogió en brazos al niño y se dirigieron hacia la huerta. Se dio cuenta que una de sus hermanas estaba lavando la ropa un poco más abajo en la corriente del regato, y decidió que no tenía que verla, de modo que no dejo de mirarla para asegurarse que no desviara la vista hacia donde ella estaba. Ya al abrigo de la pared de piedra, Fani  giró hacia la parte de las alambres y quedó libre de la posible mirada de su hermana.  
Dejó al niño en el suelo bocabajo como si fuera una rana, mirando hacia el interior de la huerta, con una mano levanto la alambre,   la otra la colocó en el trasero del niño y lo empujó hacia dentro como si fuera un bulto, el niño no tuvo posibilidad de remugar ni un poco, pues se vio sorprendido por el empujón y arrastrando su cara  por la tierra, instintivamente cerró ojos y boca. Ya era tarde cuando la niña se dio cuenta que el niño a pesar de cerrar la boca masticaba tierra, se aseguró de que no se la tragara al tiempo que miraba hacia donde estaban las fresas. Se encontraban al abrigo de la pared de piedra, formando una especie de isla, un lugar perfecto para no ser vista y hacia allí se dirigió con el niño.
El ansia de comer fresas no la dejo pensar en más cuidados y sentó al niño en medio de las parras, con la sana intención de que el niño viera con facilidad el exquisito fruto. Le indico lo que tenía que comer, pues no dudaba de que también le iban a gustar y le insistió en que solo lo de color rojo era lo que debía comer. Como el niño la miraba como si no supiera que le quería decir, lo instó a que mirara como cogía una y se la llevaba a la boca. Lo entendió enseguida, y Fani no perdió el tiempo, desde ese momento puso todo su empeño en comer todas las que pudiera. Se olvidó del niño que también se entretuvo en coger con sus manitas todo lo rojo que estaba a su alcance, llevando a la boca las que le parecía y la que no, las chafaba con las manos. Tan absorta estaba en engullir fresas que no se dio cuenta que a su lado rozándole el vestido se encontraban unas botas que la dejó paralizada, y que ella siguió muy despacio con la mirada hacia arriba, temblando  de miedo. Antes de que sus ojos se cruzaran, Fani sabía que era Abilio, después de las botas la escopeta era el signo más evidente. Se quedó quieta.
-¿Qué haces…? ¿Has visto que cara tiene tu hermano?, parece una sandia…
Fani giró la cara hacía su hermano, y si no fuera porque no sabía como salir de aquello, se hubiera reído. Su hermano generoso en redondez de cara y lleno del color rojo de todas las fresas que se había refregado por la cara, realmente parecía una sandía.
Volvió de nuevo la vista hacía Abilio,….éste con el gesto serio pero aguantándose la risa, detalle que la niña no alcanzo a ver le dijo:
-¡Anda, ponte un poco más allá, que son más gordas…! Y toma, le hizo un cucurucho con la hoja de un periódico, las que te quepan aquí se las llevas a tu madre.


                                                               María Calzada

16 de diciembre de 2014

Video completo de la presentacion del libro, El Pan de los Pobres

Video completo de la presentación para todos aquellos que hace tiempo me lo están pidiendo. Y para todo el que quiera verlo.
                                      Se puede ver en pantalla completa.

22 de septiembre de 2014

A TRAVÉS DE MI VENTANA...

Óleo  (ESPERANDO LA LUZ) de Juan Alberto Díaz. Pintor Canario

Espero los primeros rayos de la mañana que se cuelan por la ventana anunciando un nuevo día.

Indolente despertar sosiega mi despereza al tiempo que ordeno quehaceres rutinarios. 

Pero hoy, el día apunta que puede brillar con fulgor y la posibilidad de disfrutarlo con parsimonia, robando tiempo a mis quehaceres.

Adivino momentos apasionantes más allá de la arboleda donde los prados todavía con su manto verde invitan provocadores sueños, quizá inalcanzables. 

Pero el Otoño apunta una sinfonía de colores rojizos donde la frescura del ambiente se pierde para llenar de melancolía y cierto hastío, el ritmo de mi vida, dando la impresión de que la aridez de la estación, llena el entorno de angustia y pobreza. 

El hombre castellano camina por estos senderos, con parsimonia, pensativo, y desabrido como la tierra misma, en espera de la nueva sementera. Y hasta los álamos allá lejos en la alameda, lucirán sus hojas marchitas creando a sus pies un manto marrón, evocando amores soñadores, acunados por el sonido del agua del fino riachuelo.
Cierro los ojos y quiero atrapar otras estaciones, otras primaveras, donde la multitud de colores alegres, alimentan mi alma y puedo volver a vivir con gozo, acurrucada en este rincón, los crepúsculos de colores arrebatadores, mientras el tintineo de los cencerros y el revoloteo de los pájaros rasgan el silencio. La fantasía de tanta belleza casi hace daño, pero quiero que me acompañe como talismán hasta el final de mis días. 
Y mi alma sigue errante por esta tierra de dolor, fracasos, envuelta en mil miserias adornada con engaños, que alimentan recuerdos dormidos, guardados en el fondo de mi alma.

                                         María Calzada.

18 de septiembre de 2014

Dorada Luna

Quiero mirar a través de mi ventana y soñar que la cercanía que me brindas, es para adentrarme en el interior dorado de tesoros ocultos. Quiero vivir en un rinconcito aparte, donde poder escribir la lista de mis deseos y soñar que la inmensidad que muestras acercará mis anhelos.
Pero juegas con mis ilusiones y te apoyas sobre el mar, en el infinito horizonte, tiñendo con tu reflejo el agua azul que apacible esperaba tu regreso.
Quiero tocarte aunque sólo sea un poquito con la punta de los dedos...pero te alejas, fundiéndote en abrazo suave en las profundidades, para dejarme sabor amargo, de momentos mágicos que quiero vuelvan a darse...

María Calzada.

17 de septiembre de 2014

EL MACHISMO ENVUELTO EN PAPEL DE SEDA

Estamos viviendo en una sociedad donde parece, que hemos crecido al ritmo de los tiempos. Una sociedad llena de buenos sentimientos y empatía entre hombres y mujeres, dando la impresión de haber roto la barrera del machismo que tanto daño ha hecho.
Es cierto que en muchas cosas este país ha crecido a una velocidad de vértigo y como diría un político… “no lo conoce ni la madre que lo pario”
Pero la realidad es perversa y ahí está el espantoso dato de las mujeres sometidas al yugo del hombre, con finales que nunca debieron producirse.
 Por otro lado, sería injusto no reconocer avances en este campo que todavía hoy tanta controversia produce, cuando el tema se pone a debate. 
Pero también es posible que las mujeres no hayamos sabido coger el toro por los cuernos, y dar ese puñetazo en la mesa para que ciertas cuestiones no se repitan. Porque también las mujeres, por las cuestiones que sean, han fomentado el machismo, y hoy seguramente seguimos siendo las principales culpables.
 También es injusto generalizar porque, sí, hay hombres que han sabido ponerse al lado de la mujer y reconocer derechos, ganados y demostrados por las mujeres desde siempre. Otros creen que han superado el tema, pero viven en una mentira.
 A lo largo de la historia siempre ha habido alguna mujer que se ha batido en duelo en busca de ese reconocimiento, que todavía hoy cuesta equiparar al cien por cien. Pero no voy a entrar en la historia para dar datos de cómo la mujer se ha movido en el mundo y lo importante que ha sido su trabajo, en todos los campos…, sí, en todos los campos.
 La mujer no solo ha sido esposa y madre, algo para lo que únicamente se suponía se tenían que preparar. Preparación que se obtenía en casa, no era necesario estudios de ningún tipo. Esta situación se daba en las casas de los pobres y los ricos, y no tenía otro fin que el matrimonio.
En el caso de las familias ricas, el camino al matrimonio podía ser diferente, e incluso más triste, porque la mayoría no pasaba de convertirse en un florero más o menos lujoso, dependiendo de la escala social. 
Y para ser honesta también las hubo que lucharon en contra de esa situación, con historias verdaderamente sangrantes.

Claro que, en el caso de los pobres, la mujer no se limitaba a estar en casa. La mujer pobre, era el apoyo y el segundo brazo de muchas otras tareas que ayudaban a sustentar la economía de la familia. 

Casadas y solteras solventaban las tareas domésticas, eran cocineras, lavanderas, planchadoras, modistas, y cuando se terciaba, eran hortelanas, escardaban, segaban, gavillaban, espigaban, han sido pastoras, cabreras, carboneras, buscadoras de oro (ahí está el artículo de Miguel Delibes a las buscadoras de oro del Bierzo). También tiraron del arado con singular pericia…en fin…no se han arredrado de nada. Todo ello en la mayoría de los casos sin cobrar jornal y en el caso de que lo cobraran, era una menudencia por el hecho de ser mujer. 
Eso sí, el hombre siempre se las ingenió para hacerle creer a la mujer, cuando le interesaba, que era la reina de la casa, que su buen hacer en el hogar, era el reposo y remanso del guerrero, que venía “doblao” del trabajo para traer el sueldo a casa…lo que hubiera hecho la mujer en casa o fuera de ella, nada tenía que ver con lo que hacían ellos.

Seguramente por esta razón no se preocuparon nunca de saber dónde estaban guardados los calzoncillos y demás piezas de vestir, de tal manera que, si no había una mujer al lado, eran incapaces de encontrar nada sin poner patas arriba las habitaciones.

O cuando a un hombre de la casa lo contrataban a trabajar en otro pueblo o finca, habían de llevarse a una de las mujeres para “asistirlo”, esto es; cocinar lavar y demás faenas domésticas. Parecía que se les podía caer algo si metían las manos en el fregadero, o si hacían más por su estómago que ponerse el trozo de chorizo entre el pan y el dedo gordo.
 Así las mujeres estuvieron a su servicio sin rechistar, convencidas porque así se lo enseñaron las madres, de que era el deber de una buena hermana o una buena esposa. Y se lo creyeron. Creyeron de verdad que eran mantenidas en su propia casa o la de sus padres. Se sacrificaron en silencio, no cabían quejas. Nadie se dio cuenta del rictus de tristeza que marcaba sus caras, no fueron dueñas de su destino, arrastrando silencios de penas y preocupaciones, sinsabores adormecidos paseando por la mente, acompañando los huidizos sueños. Mientras, ellos vivieron mejor, acunándose en la comodidad del buen hacer de ellas, y nunca sintieron el menor remordimiento. Todavía hoy viven como gallos de pelea mostrando pecho y espolones, retadores, sin darse cuenta de que hoy, no caben ciertas actitudes, que crecer no es solo adquirir estatura.

Este machismo era el pan de cada día, no era violento, era el de las costumbres, el que nuestros abuelos inculcaron a nuestros padres, y estos a nosotros. Y cuando el hombre crece rodeado de mujeres, tiene todos los puntos para convertirse en gallo de pelea porque el ingrediente de servilismo y mimos lo tiene en excesiva dosis.

Lo pasado, pasado está, y nada se reclama, pero los años transcurridos deberían haber servido para cambiar la forma de pensar y hacer…y resulta que ese machismo ha estado envuelto en papel de seda y a nada que hemos estirado de él se nos ha mostrado encabronado.

Han vivido mintiéndose, siguen pensando igual, pero… ¡ay! Con las mujeres de entonces…con ellas el caldo de cultivo es fácil encontrarlo, las creen débiles y sometidas, pero ya, NO.  Diferente es, con las que tienen hoy en casa, son de estos tiempos y saben que a ellas no les podrían pedir que dejaran sus trabajos para servirlos a ellos. Siguen teniendo sentido de posesión, aunque solo sea para hablar. Necesitan sentirse los gallos del corral y cuando alguna gallina le sale respondona, no les encaja. Siguen hinchando pecho y a nada que tengan oportunidad siguen menospreciando el servilismo de las mujeres. Es la cobardía del que se siente culpable, pero el orgullo no les deja razonar. La debilidad de quien ha perdido el poder que creía tener. O la certeza de no haber sabido crecer.

Yo quiero para la mujer el lugar que le corresponde, el que se gane, sin zancadillas, libre para elegir. Tiene derecho…hasta para equivocarse. 

María Calzada.


28 de agosto de 2014

Nacidos en el 54...

Ya hace años dejamos la niñez, y adolescencia, para vivir otra vida en lugares desconocidos. La mayoría salió con la mochila vacía y la memoria llena de pequeñas vivencias, porque no dio tiempo a más, y se guardaron en lo más profundo, pensando que no se iban a necesitar.

Durante años se vivió de espaldas al fino hilo de los recuerdos, que poco a poco envejecían, oxidándose, como los clavos de los portones viejos, de manera que cuando se quieren hilar vivencias, apenas quedan destellos de historias desvencijadas, que se intentan rescatar ahora, al filo de los sesenta, cuando ya se ha vivido otra vida.
Nos entretuvimos en tejer el futuro con la ilusión y la fuerza de la juventud, sorteando dificultades, para tener una vida mejor para nosotros y un poco más tarde para nuestros hijos.

Ese camino también tortuoso nos dio oportunidades a veces impensables que marcaron la senda por donde debíamos ir para luego ser lo que somos. Y hoy nos encontramos en esa aparente tranquilidad por haber cumplido con las obligaciones que nosotros mismos nos impusimos. Estamos dispuestos a gozar de lo que nos depare el día, embriagándonos con emociones nuevas para que cuando termine, nos deje nuevos recuerdos que saborear en años venideros.

Y así con espíritu de reencuentro nos presentamos, desconociéndonos, a pesar de conocernos. Ponemos cara a nombres que suenan en el fondo de nuestra memoria como algo que ha estado ahí desde la niñez. Del mismo modo hay caras conocidas a las que no somos capaces de poner nombre, y como últimas referencias, están los nombres o apodos de nuestros padres o abuelos, o las calles que tantas veces recorrimos, y la ubicación de las casas que albergaron los familiares.
Cada detalle pone en situación el conocimiento de cada uno. Y nuestras mentes viajaron por el encanto de los recuerdos, impregnados de melancolía, y esa cuota de rebelde fantasía, para rememorar momentos de antaño. Porque nada es como era. Las calles no son las mismas. Han desaparecido casas emblemáticas para nuestros recuerdos. Y han surgido otras en muchos casos rompiendo el encanto de las casonas labriegas. Ya no existen las eras, símbolo de los veranos de nuestra niñez y sello inconfundible de veranos preñados de buenas cosechas. Ya no está la alameda oscura, principio del miedo de nuestra infancia que rompimos tímidamente en busca de las maravillosas violetas que allí crecían. Tampoco está el molino, refugio de los paseos de verano, buscando el frescor de los chopos y del agua que corría cristalina y serpenteante anunciando cantarina su presencia, el regato abajo.
Por no quedar no queda, ni Villanueva, despedazada en mil trozos, recurso de paseos largos, con sabores viejos, sabiendo que allí todavía resiste la ermita, custodiada por la virgen de los Remedios, al abrigo del castillo, blindado más que nunca. Los paseos a la finca son de paisajes muy diferentes, aunque los crepúsculos dorados permanecen reafirmando el espíritu de los recuerdos.
Y con todo esto nos reencontramos con los que quedaron que no fueron muchos, y fueron testigos de los cambios. Seguramente nos esperaban con expectación, especulando sobre lo desconocido de nuestras vidas, Todos hemos vivido las mismas épocas, probablemente las mismas penurias, luchando por una vida mejor, por la libertad, por un bienestar de acorde con el esfuerzo realizado, aprendiendo de lo desconocido, pero que una vez más, no lo íbamos a tener fácil.
Y así, al sonar de las campanas de la iglesia, ese sonido envuelto en melancolía, que un día ya lejano nos llevamos con nosotros sin darnos cuenta, y que tantas veces hemos comparado con otras campanas, que por bonito que sonaran, las de nuestro pueblo sonaban mejor…anuncia el principio de la fiesta. Porque no hay fiesta que se precie en pueblo castellano que no pase por la iglesia. 
Al fin y al cabo, es la única forma de romper el hielo para lucir primores, sobre todo las señoras. Los años vinieron con simientes buenas y nos han dado la oportunidad de cambiar tornas e igualarnos en niveles que nuestros padres y abuelos, no imaginarían nunca. Atrás quedaron las diferencias de las hijas del tosco y pobre labriego, con el labrador de montantes fanegas…pero esto, es otra cosa…
Así nos divertimos: Al más puro estilo de nuestro pueblo…

Celebración de la fiesta el 9 de Agosto de 2014

Venta del libro EL PAN DE LOS POBRES

Manuel Pablos
María Calzada











Ha llegado la hora de presentar aquí,en este espacio donde comparto otras inquietudes, este libro de relatos. Relatos escritos con Manuel Pablos que ya ha publicado otros libros, también de poesías, donde ha ganado varios premios. 
En este libro encontrareis, historias entrañables, suscritas en una época en que este país se recuperaba de una guerra. Relatos de personas que les ha tocado luchar para salir de la miseria, el miedo, y la oscuridad, ganando poco a poco el camino a la libertad. 

Vivencias de la niñez, donde nuestra memoria y por escasos recuerdos que tengamos, nos llevarán para sentirnos reflejados. 
Es la vida que nuestros abuelos, o padres han intentado contarnos alguna vez para dejar constancias de lo que a muchos de nuestros familiares les tocó vivir. 
Es parte de la esencia de nuestro pasado, que no debemos olvidar. Hay cosas que no se pueden volver a repetir.

En este libro se resalta la vida dura de la gente pobre, de una gente de la que pocos han querido escribir, y lo hacemos de forma sencilla, a veces bajo la visión de nuestra niñez, otras con el conocimiento que nos da el ser adultos, y haber vivido de cerca algunas de estas historias.

Este libro también es solidario. De cada libro, tres €uros son para la asociación de Sentimientos De Cristal Asoc.

A quien le interese puede conseguir el libro, mandándome un mensaje a este correo entrebastidores.maria@gmail.com y dejando la dirección para que se lo pueda enviar contra reembolso, sin gastos de envío. El precio del libro EL PAN DE LOS POBRES es de 15€uros.

Tambien se puede conseguir a través de la editorial AGALIR EDICCIONES SOLIDARIAS por el mismo precio y sin gastos de envío.
Cartel anunciando la presentación

 Y si tienes curiosidad y un  poco más de tiempo, puedes ver un apunte en video, (breve) sobre lo que fue la presentación del libro.

26 de mayo de 2014

A Cristina Vilariño


Entre los pliegues de la vela  se esconde la timidez de Cristina…  Está a punto de cumplir diez años y desde aquel 29 de Mayo hasta ahora,  se nos ha mostrado una niña que poco a poco ha ido deshojando su forma de ser.
Por sus venas también corre sangre Calzada, y como muchos de nuestra saga es de figura recortadita,  carácter fuerte y resuelto y mucho amor propio, que es lo que mejor suple  el tener la estatura corta, por si alguien piensa,  que se es poca cosa en todo.
Los primeros años de su vida, se guardaba entre la falda de su madre y apenas se mostraba realmente como era. Todo le daba vergüenza.                
Pero cuando apenas tenía cuatro años demostró en natación, que  se llevaba  bien con el agua. Ella no solo nadaba, buceaba, estando más tiempo debajo del agua que en la superficie. Se convertía en otro ser. Sin miedos, descubrió que  ese era su hábitat natural, moviéndose libre como una sirena. Y cuando se dio cuenta que también el mar, era asequible e inmenso para dar rienda suelta a su poderío, encontró los ingredientes necesarios para definir su carácter.

Ahí, al tiempo que despliega velas y agarra con fuerza el timón de popa, se olvida de la timidez dejando a su espalda  obligaciones y deberes, para mirar al frente de la superficie ondulada y azul  y hacerse dueña  y cómplice del viento  que mueve la olas con las que habrá de luchar, sin miedos, con fuerza, coraje, y mucho, mucho amor propio, para sentir aunque sea en pequeños  instantes, que es dueña de la  inmensidad del mar. Es más Cristina que nunca, sufre el silencio de los valientes a los inconvenientes a los que se enfrenta. Vuelca, cae a las aguas frías, endereza sola su barco y continúa navegando en busca de la meta. Soporta jornadas desde las nueve de la mañana a seis de la tarde y jamás se queja. Es la más jovencita de su grupo, pero ya nada la achica. Se ha hecho fuerte.

 Pero la mar no siempre es buena compañera. A menudo te  engaña con calmas mentirosas,  que en  breves instantes  se convierten en oleajes impetuosos para recordarte que es dueña de sí misma.  Y entonces la lucha es desigual y peligrosa. La mar no tiene rivales y  aprendiste que cuando se pone brava,  tu bravura no sirve. Es mejor retirarse aunque  duela. Con la mar no se pierde, se tiene cautela. Otro día despertará calmada, invitando a navegar  y  te dará la oportunidad de medirte con tus iguales y entonces pondrás todas tus armas a trabajar, arriaras de nuevo la vela, harás contrapeso estirando  tu cuerpo, para mandar, para llevar tu barquito a la meta o a donde tú  quieras llegar… un sinfín de posibilidades te esperan, si no dejas de luchar. 

María Calzada

16 de mayo de 2014

A mi amigo Fernando...

Nos conocimos siendo apenas unos adolescentes, Yo tenía 18 años y tú apenas 15, compartimos horas de trabajo mezcladas con  diversión inocente, propia de la edad que teníamos, en una época donde todo era opaco. Disfrutamos del trabajo con la conformidad  de saber;  de que no nos quedaba otra, éramos de los más pequeños de un montón de hermanos y estábamos en ese momento de arrimar el hombro, no solo para nuestros padres, también para nosotros mismos. Nos unían muchas cosas. Fuimos cómplices, compartimos secretos y preocupaciones por esa lucha intestina que tenías, donde la verdad no era posible porque la sociedad y tus seres más queridos no estaban preparados. Antepusiste tu felicidad a romper con los prejuicios. Durante mucho tiempo navegaste entre dos aguas,  y aunque las verdades se translucían entre sombras veladas, te quisiste convencer de que sería posible seguir el camino de las convicciones  establecidas, pero te diste cuenta que para ello arrollarías a otras personas que nada tenían que ver con tu realidad. Y entonces salía el niño bueno que siempre ha habido en tí y renunciaste a esas veredas, siendo honesto con los demás, pero sobre todo contigo mismo.

Una vez más la vida pega el zarpazo,  agarrando con sus garras a gente que queremos. Hoy me esperaban para decirme que tú ya no estás entre nosotros… y no me lo puedo creer. Sigo viendo al niño bueno e inocente, luchador, entregado para los suyos y sus amigos. Y quiero pensar que conseguiste ser feliz dentro de esa quimera…

María Calzada

16 de abril de 2014

Iglesia de Santa Maria en Cracovia


16 de abril de 2014

Con fuerza inusitada la barbarie de los tártaros recorrió el norte de Europa. Y la ola invasora llegó hasta Cracovia.
Los cornetas vigilaban desde lo alto de una de las torres de la Iglesia de Santa María, ubicada  en una de las esquinas de la plaza del Mercado, para anunciar con una melodía, el “Hejnal” a la población, de los posibles peligros.
La iglesia de Santa María es una de la iglesias más bonitas, envuelta  en leyendas, que la hacen  enigmática e interesante.
Tiene dos torres que para su construcción contrataron a dos hermanos considerados en aquellos tiempos como los mejores arquitectos. El hermano mayor fue el primero en aprender el oficio que poco a poco se lo fue enseñando a su hermano menor. Cuando recibieron este encargo decidieron que cada uno construiría una torre. En el fondo cada uno quería demostrar la pericia que tenía, y trabajaban con premura para terminar antes y hacer la torre más alta. El mayor veía como el pequeño aunque más lento estaba consiguiendo la torre más alta. Instigadores con malas intenciones hicieron que los celos se desataran  llegando al límite de que los dos hermanos discutieran tan acaloradamente que el mayor mató al pequeño clavándole una daga, y arrojando el cuerpo al rio Vístula.
Se decidió que se  dejaría la torre así como estaba, colocándole una cúpula y alcanzando 81m. de altura. La más baja mide 69m. A partir de ese momento se decidió la fecha de la  inauguración.
El hermano mayor,  no era capaz de vivir con el crimen en su conciencia y el mismo día que se consagraba la iglesia, declaro ante todos el crimen  atroz que había cometido.  Algunos cuentan que posteriormente se tiro desde la torre que construyo su hermano, otros que se clavó la daga con la que lo mató.
Hoy se puede ver el puñal colgado frente a la iglesia, lugar por donde transita todo el que se encuentre en la Plaza del Mercado, en señal de recordatorio de lo que puede causar la envidia y la soberbia.
En 1241, uno de los vigías, con corneta  en mano, una vez más subió los 239 escalones de la Torre para cumplir  con su trabajo, sabiendo sin duda que bajo sus pies, en el interior de la basílica, el culto de los fieles  se hallaba acompañado  de verdaderas obras de arte, y él tenía parte de responsabilidad en el cuidado de esos bienes.
Lo que no sabía el vigía  era qué, esa sería la última vez  que lo haría. Divisando a los Tártaros en los alrededores de la ciudad se dispuso a tocar la melodía de alerta para que los ciudadanos se preparara para el ataque, pues ya sabían de la crueldad que se gastaban, mataban a todo el que no lograra escapar, jamás hacían prisioneros.  No pudo terminar el “Hejnal” la melodía fue interrumpida por una flecha que le atravesó el cuello y murió en el acto. Dicen que aun así, muchos ciudadanos pudieron huir de la barbarie Tártara. Desde entonces la melodía se toca cada hora,  cuatro veces consecutivas a través de las cuatro ventanas que miran a los cuatro puntos cardinales, interrumpiendo el Son, en medio de una nota, en honor del vigía muerto.
Las consecuencias de la invasión fueron devastadoras destruyendo casi toda la ciudad. Polonia fue sometida a invasiones en numerosas ocasiones pasando a formar parte de diferentes países.
Los siguientes doscientos años la ciudad de Cracovia fue completamente reconstruida con una muralla para prevenirla de posibles ataques. La ciudad renace de nuevo convirtiéndose en el centro del comercio del norte de Europa, conociéndose como el paso del ámbar, mineral que llega a ser una de las fuentes de riqueza.
Polonia estuvo ocupada durante 146 años, hasta el final de la segunda guerra mundial. Pero tras el fin de la segunda guerra mundial cae bajo ocupación de la Unión Soviética, hasta que el país inicia una revolución que hace recuperar la independencia en 1989. A partir de este momento el país vuelve poco a poco a  su identidad cultural y hoy es uno de los países más visitados de Europa. La historia de este país es tan interesante y llamativa que envuelve al visitante y te deja enganchado para querer saber más y si es posible volver.
Pero estábamos en la Iglesia de Santa María.
Ver el interior de la basílica es una explosión de colorido y esculpidas filigranas en paredes techo y retablos. Sorprende el techo de un color cielo intenso moteado de estrellas doradas. El órgano y los diferentes retablos, siendo el del altar mayor el de más importancia, llamado Wit Stwosz. Domina el interior de la Basílica, es una talla medieval dedicada a la virgen María. Es el retablo más grande de Europa, construido con la generosidad de la burguesía de la época. El retablo se hizo en madera de Robee, las esculturas en madera de Tilo. 
El punto principal de este retablo es un armario de cuatro alas, que se abre todos los días a horas determinadas. El interior representa en las alas, los misterios de gozo de la Virgen, desde la Anunciación hasta Pentecostés. En el centro una gran escena de la Virgen rodeada por los apóstoles. Arriba aparecen escenas de la Asunción y de la Coronación de la Virgen a la que asisten los Santos Estanislao y Adalberto. Al cerrar las alas del armario se admiran doce escenas de los Dolores de Nuestra Señora.
Apertura del armario
Después de la visita al interior no hay que perderse el toque de corneta, hoy en día el encargado de tocar la melodía es un bombero que al terminar saluda con la mano a todos los turistas.

María Calzada.

21 de marzo de 2014

La Torre 6 (Ocho, más dos, diez)


A menudo al caer la tarde, mi padre se perdía por el monte más cerrado, donde buscaba algo de caza. Se dirigía hacia donde pensaba había visto alguna madriguera. Caminaba a ritmo acompasado apoyado en el porro y sin más compañía que el silencio del campo, roto por el ligero sonido de las ráfagas de viento, su respiración jadeante y el ruido del roce de las perneras de su viejo pantalón de pana, que llegaba a sus oídos como una musiquita, mientras las huellas de sus pasos quedaban marcadas profundamente en la hierba.


La soledad era su más fiel compañera y arropado en ella, dejando sentir el viento en la cara, como reafirmando su presencia, el goce de una libertad efímera, que le hacía rumiar quimeras inalcanzables y cotidianas realidades.

Continuaba la marcha, atento a cualquier movimiento, ubicando aquellos sonidos que solo un hombre como él y los mismos animales conocen. En cualquier momento podía salir una liebre, hacen las camas en en la superficie, entre la maleza o el hueco de una encina.

Pero a veces el momento de caza se rompía por la presencia inesperada de otros animales, también expertos cazadores, y fuertes competidores. La sombra de un gavilán sobrevolando su cabeza, daba al traste con la razón por la que se encontraba por allí. Ya había aprendido que cuando andaba cerca, era mejor dejar la caza para otro día. En alguna ocasión cuando ya había tirado el porro a una liebre y cuando ésta se revolvía por el golpe recibido, el Águila rápido en el vuelo le levantaba la pieza antes de que pudiera llegar a ella. No le quedaba más remedio que admirar su rapidez, pero si podía evitarlo no le facilitaba la caza.

Situaciones como esta hacían crecer su experiencia y le aumentaban su admiración por los animales, no solo por sus habilidades, también por lo hermoso de sus movimientos.

A menudo nos comentaba la belleza del gato montés. Huidizo y rápido, saliendo de su escondite por el ruido de su presencia. Ahora era mi padre quien se sorprendía y haciendo un alto en su caminar lo observaba achicando los ojos, mientras se alejaba envuelto por los destellos de los últimos rayos de sol, sorteando con habilidad encinas y carrascos. Satisfecho sonreía, sabiéndose un privilegiado por gozar de ese momento . 

El gato montés no era un animal que cazara habitualmente y menos cuando te salía de forma inesperada. Teniendo en cuenta que mi padre no tenia escopeta, solía cazarlo siguiendo sus huellas, sobre todo en invierno y mejor si había nieve. Así podía sorprenderlo en su escondite. La piel era muy apreciada y le permitía ganar unas perras vendiéndosela a su amigo, El Bobo la Coña.

Muchos pasos perdidos han quedado en los terrenos de La Torre y seguro que algunos quedaron profundamente marcados en su alma si al tiempo pasaban por su cabeza preocupaciones o cierta desazón por lo que hubiera de ocurrir.

Corría el año 1954 y ya llevaban viviendo en La Torre cerca de diez años. Se empezaba a tejer otro futuro para la finca. Señales, apenas imperceptibles para quienes vivían en ella, indicaban que el futuro no era seguro. 

Mi padre ya tenía 47 años, estaba entrando en esa vejez prematura del campesino, por la dureza del trabajo y las condiciones de vida. 

España ya llevaba veinte años de dictadura, con las consecuencias nefastas que el régimen acarreaba. A pesar de las dificultades, que eran muchas, se salía adelante como se podía, pero económicamente este país era un desastre. Reformas estructurales eran necesarias y aunque el gobierno empezaba a hacer pequeños gestos para reavivar la economía, pues estábamos aislados del resto del mundo. El miedo seguía instalado en la mente de los ciudadanos y esto marcaba el hacer y decir las cosas. Seguíamos inmersos en el ostracismo.

A pesar de todo el ciudadano normal y corriente seguía viviendo sin saber demasiado, qué ocurría más allá de su vida cotidiana. Cierto es que aprendieron a observar, a leer gestos y, en ocasiones, a defenderse de situaciones fantasmagóricas provocadas por el miedo que el régimen se encargaba de extender.

Las mujeres empezaron a preocuparse por su estética en el vestir. La moda entraba tímidamente en los hogares españoles. Fue una época de las más elegantes. Los vestidos rectos o con amplias faldas ceñidas a la cintura, los sujetadores y corsés armados, las faldas por debajo de la rodilla, marcaban, con cierto recato, la figura de la mujer, acompañado de los complementos a juego y los peinados, con recogidos o el pelo suelto ondulado. Y en casa por esa afición a la costura de mis hermanas mayores, con los pocos figurines que llegaban a sus manos, creaban su propia vestimenta y la que ya empezaban a coser para otras. 

Con este panorama, mi padre y el resto de la familia trataban de asumir el nuevo embarazo de mi madre. Sería el último, pero aumentaría la familia hasta nueve miembros, que ciertamente daba vértigo. Mis padres jamás dieron muestras de flaqueza ni desilusión, nunca le oímos una queja por la carga de tantos hijos, todo lo contrario, era como si el ser muchos fuera lo más natural. Seguramente la procesión iba por dentro, porque en aquellos tiempos a tantos hijos, pocas cosas podían darle, nada más que la esperanza de ponerlos a trabajar en cuanto pudieran, y fueran lo suficientemente listos con la escasa escuela que tenían, para ganarse la vida. 

En tiempos donde las visitas al médico, por traer un hijo al mundo, no era lo habitual, a no ser que hubiera problemas muy evidentes, éste afortunadamente transcurría, al igual que los anteriores, con total normalidad.

Mi madre merecería capítulos aparte. Si mi padre ha sido un ser especial, ella ha colmado todas nuestras necesidades con un talante y afabilidad, difícil de explicar. Dispuesta y callada siempre tiraba para adelante sin una queja; a ella la vida también le puso obstáculos difíciles de pasar y en el momento de este embarazo, su hermana Ana María, la mujer del tío Cándido, andaba luchando por la vida. Probablemente sin saberlo, las muchas caminatas desde La Torre a Topas para asistir a su hermana, facilitaron un parto que hasta llegado el momento no supieron que venía con sorpresa.

Es difícil de creer que después de pasar por ocho embarazos mi madre no intuyera lo que estaba pasando. Yo creo que sí, aunque ella no lo mencionara, bastante susto tendría encima. 

Mis padres a pesar de vivir desde que se casaron en dehesas cercanas a Topas, aquí tenían una casa pequeñita, que en inviernos duros le servía a mi madre para pasar algunas temporadas con los hijos. La casa estaba ubicada entre la antigua casa del maestro y la casa que hace esquina con el campito. Tenía un horno de leña donde, mi tía Viges y mi madre, se reunían una vez a la semana para amasar y hornear el pan para las dos familias. 

En esta casa tuvieron lugar algunos de los partos, con ayuda de la comadrona del pueblo, Jacinta. Y aquí también fue el último por el que había de pasar mi madre. 

Y cuando oficialmente la primavera anunciaba su primer día, el nuevo ser estaba dispuesto a nacer y conocer el mundo. Todo va bien, nace una niña… pero la comadrona entiende que algo raro está pasando y anuncia a los que esperan fuera de la habitación, - que debían ser una buena recua- ,que vayan a buscar al médico con urgencia. Así se hizo, con la suerte de encontrar al doctor Ponce, el médico del pueblo, disponible. Mientras, aumenta la preocupación en los que esperaban. Pero solo justo al tiempo de llegar el médico, apenas fueron unos minutos, se dio cuenta que el problema no era otro que el parto no había terminado. Otro bebé apuntaba nueva vida. Dos niñas, vinieron al mundo para aumentar el número de hijos. La sorpresa fue mayúscula. Y es fácil imaginar que algunos tardaron en asimilar la noticia. Las hermanas mayores en un primer momento solo pesaban en el trabajo que se les venía encima: ahora no solo era criar a una, eran dos. No habían terminado de ayudar a criar al que nos precedía, Eusebio, que apenas tenía trece meses y al anterior, Cándido, tres años, que habían de empezar otra vez a cambiar pañales y dar biberones. 

A la primera en nacer le pusieron el nombre de Eduvigis y a la segunda María Francisca, que soy yo. Pasado el primer susto, empezaron a mirarnos con otros ojos. El deber y la responsabilidad se ponen en marcha. Mi padre regresa a la boyada que había dejado al cuidado de los hijos mayores. Esperan ansiosos saber qué ha sido, niño o niña. Antonio, que siempre ha sido el más niñero, es el primero en preguntar con ilusión, y mi padre contesta: “¡qué ha sido, no, qué han sido… dos niñas… ocho, más dos, diez!” Esta última frase se repetiría en los primeros días de nuestra vida por diferentes motivos. En los primeros momentos se la repetía a sí mismo para cerciorarse de la realidad de la situación. Después, ante lo inevitable, ahuyentaba los inconvenientes y anhelaba con esperanza alguna ventaja. Así se lo hizo saber a su amigo Laureano, el que durante muchos años fue encargado de la finca San Cristóbal.

Laureano le acompañó como testigo a inscribirnos en el registro y por el camino fue quien pronuncio la frase acompañada de un leve taco, de los muchos y fuertes que solía aderezar sus conversaciones; “Coño Eusebio, ocho, más dos, diez…” a lo que mi padre, enigmático, -que sabia serlo cuando quería- le contestó: “Sí, pero estas me darán la vida…”. Esta anécdota nos la contaba muchas veces, aunque tardé tiempo en entender el significado de la frase. Después de tener una casa llena de hijos, el miedo a la soledad era patente.

Toda la vida nos han conocido como las mellizas, aunque realmente no lo somos, somos gemelas. El ser dos y las más pequeñas, hacia que todo lo que ocurriera a nuestro alrededor tenía connotaciones distintas, en ocasiones exageradas, protagonizadas la mayoría de las veces por nuestra propia familia.

El nacimiento gemelar en cualquier casa, incluso hoy en día, es un acontecimiento lleno de dudas y miedos. Si además esto ocurre en una familia con tantos hijos, se desatan incluso situaciones externas, a veces difíciles de tratar. En nuestro caso no fue menos. 

Siempre existen personas con necesidades legítimas, pero que obsesionados por conseguir esa necesidad, no son capaces de medir las consecuencias, creyendo que su necesidad puede subsanar los posibles apuros de otras. Así en los primeros días de nuestra vida las visitas fueron muchas, pero la de dos personas en concreto eran diarias: Quica, la Mindaca, y Cruz, prima de mi madre se paseaban por casa con insistencia y pretensiones que en un principio no se atrevían a exponer claramente.

Las dos estaban empecinadas en tener familia como fuera, y para ellas la salida más fácil era que una familia numerosísima como la nuestra se viera apurada y accedieran a dar un hijo. ¿Y qué mejor ocasión que cuando han nacido dos al mismo tiempo? Cada una de ellas por separado, ronronearon como los gatos el tema. Las conversaciones debieron hacerse dentro de casa sin ningún recato de que hubiera niños por el medio. Debía ser de tal manera que un momento determinado mi hermano Antonio nos miraba en la cuna y le dijo a mi madre: “¡ mama pero si son muy bonitas…!”

Quica la Mindaca, era muy lista y rápido entendió que no iba a conseguir nada y que seguramente su interés había llegado demasiado lejos y, me imagino, que para disimular el fallido intento o para consolarse le pidió insistentemente a mis padres que la dejaran ser madrina de una de las niñas y le pusieran su nombre. ¡Ay!, mi madre que era una santa, renuncio a ponerme el nombre de su hermana, Ana María, que hacía tres meses había muerto, para concederle la mitad del capricho a la que ha sido mi madrina. Así, oficialmente, mi nombre es María por mi tía y Francisca, por Quica, diminutivo de Francisca. Lo de Francisca, a pesar de que también es el nombre de mi madre, siempre me sentó como un tiro, y no sabría explicar por qué. Quica pasados unos años tuvo suerte, y parió a su propio hijo, a quien le tengo aprecio, del mismo modo que se lo tuve a sus padres.

Cruz ronroneó más tiempo, hasta que a mi padre ya le pareció que era suficiente y un día la espero para decirle; “A esta casa puedes venir cuando quieras, pero de este tema no se habla más. Aquí no sobra ningún hijo, y un consejo te doy: lo que quieres hacer sería mejor que lo hicieras fuera del pueblo, tendrás menos problemas”.

Del tema no se volvió a hablar y del consejo que le dio, que estaba lleno de sentido común, no le hizo caso. 

A pesar de este incidente, por llamarlo de alguna manera, la relación con las dos familias siempre ha sido buena y con Cruz después de muchos años tuve ocasión de hablar del tema, de forma distendida, -porque para mí esto no es más que una anécdota-, en un viaje que hizo aquí a la isla. Como es natural, en ese momento no había presente nadie que fuera testigo de los hechos y, amablemente, me lo negó. Pero mis hermanas mayores todavía viven para poder contarlo.

Como hemos sido las más pequeñas hemos crecido entre los brazos de todos para malcriarnos, y sobre todo, en los de las hermanas mayores, Agustina y Emilia. Ellas han sido también nuestras madres, las que siempre están ahí. También mi hermana Fermi, a pesar de ser solo siete años mayor, acarreaba con nosotras en muchos momentos que las demás estuvieran ocupadas y nos sacaba de paseo por los alrededores de las casas de la Torre, llevándonos cogidas a cada lado de sus caderas. Hecho este que le hacía mucha gracia a Delfina, la mujer del Romo, cuando iba a visitar a la familia del guarda. 

Delfina cuando la veía cargada con las dos niñas, siempre le hacia la misma pregunta; -¿Y cómo sabes quien es una y quien es la otra? 

–Espere un momento. Decía mi hermana, al tiempo que levantaba el vestido de una, para mirar el ombligo, y dependiendo de si el ombligo estaba hacia afuera o hacia dentro ya sabía el nombre de cada una con certeza. Situaciones como esta ha sido una constante en nuestra vida, porque lo cierto es, que no nos distinguía nadie, incluida la familia, aunque alguno haya presumido de ello, siempre necesitaban alguna señal. De pequeñas nuestros padres nos conocían por el llanto, de mayores por la voz. Mi padre cuando dudaba siempre esperaba a que habláramos para estar seguro de con quien estaba. Y cuando nos ha parecido, hemos engañado a quien nos ha venido bien. 

                                          María Calzada.

20 de febrero de 2014

EL HOMBRE DEL MULADAR 2ª Parte


EL BASTARDO

Cuando llegó a la altura del puentecillo de la gavia del molino, algo que había en el medio le hizo dar un grito de miedo y un salto, mientras arrancaba a correr hacia atrás chillando y llorando. Era un enorme bastardo, de al menos diez metros, según creía él, que estaba enroscado como los del mazapán que traían los Reyes Magos, en medio del puente. El padre le había dicho que si veía un bastardo escapara rápido, porque los bastardos cuando ven a las personas hincan la cabeza en el suelo, empiezan a silbar y a dar bardiascazos a un lado y a otro con tanta fuerza que si te pillan y te aciertan en la cabeza, te matan. Así es que no se atrevía a pasar. Además, debía haber cazado una rata de agua, porque de la boca le salía lo que era medio cuerpo y las patas y el rabo del animal. Se sentó en el camino con la cesta para ver si pasaba alguien y le ayudaba, pero no pasaba nadie y el tiempo iba corriendo y su padre estaría que echaba las muelas porque no le llegaba el almuerzo, así es que pensó la manera de arreglar aquello. “Si paso, pensaba, puede que como está comiendo no me haga nada, pero puede que se crea que le voy a atacar y se ponga con la cabeza para abajo y me sacuda con la cola y me mate. Si no paso, el que me va a matar es mi padre y encima no se lo creerá. A ver qué hago”.
De repente vio como el tirador le asomaba por el bolsillo del pantalón y su cara se le iluminó con una amplia sonrisa.Cogió un canto janjarreño del camino de un buen tamaño, lo puso en el material, estiró las gomas con todas sus fuerzas y puso la cabeza del bastardo justo en medio de la uve del tirador. Asentó con firmeza las piernas, apretó los dientes y soltó la mano que sujetaba la piedra. La piedra salió disparada con un sonoro zumbido hacía la cabeza del bastardo y los huesos se quebraron como si fueran de mantequilla. El bicho sorprendido vomitó la rata y comenzó a dar botes y a retorcerse durante un buen rato, sacudiendo coletazos al aire, hasta que poco a poco cesaron y solo se movía la parte de atrás de la cola, ondulándose y estirándose levemente. De la cabeza, partida en dos por el impacto de la piedra, salía un hilillo de sangre que iba creando un charquito oscuro en la tierra del camino.
Cuando se aseguró que no se movía, se acercó con mucho cuidado y con un palito lo movió, para ver si estaba muerto. El animal tenía los ojos cerrados y la lengua bífida fuera de la boca, inmóvil. La rata estaba muerta al lado. Le dio una patada y la lanzó a la gavia. Luego se agachó, lo cogió por detrás de la cabeza y con dos juncos que arrancó en las junqueras hizo una especie de cordel, lo ató por detrás de la cabeza del animal y se lo llevó arrastrando el camino adelante.
Se cruzó con Nieves, la mujer de Piruja, que venía en el burro y, muy sorprendida al ver al niño arrastrando al bastardo, le preguntó donde lo había encontrado.
- Lo he matao yo de un cantazo, en la gavia del molino, dijo todo orgulloso.
- ¡Cojona, que valiente eres…! ¿Y no te dan miedo esos bichos?
- Si me dan miedo, pero no me dejaba pasar y lo ventilé con el tirador.
¡Anda, anda, -dijo Nieves-, que valiente eres…! Hala, galanito, vete deprisita no se te vaya a enfriar el almuerzo, que tu padre te estará esperando en la buerta.
El sol ya estaba un poco por encima del teso del horno, así es que serían cerca de las diez, por lo que el padre le había explicado. dedujo que iba tarde, porque hacía una hora que había salido de casa y el padre estaría enfadado. pero cuando le enseñara sus trofeos de caza se iba a quedar con la boca abierta. Entre los trigales de la derecha del camino se oía el cántico de una perdiz llamando a los polluelos y en las huertas de la izquierda se notaba el frescor de la tierra recién regada y las norias, movidas por los borricos, entonaban una melodía de notas discordantes cada vez que las lengüetas golpeaban las ruedas dentadas que hacían mover los arcaduces que sacaban el agua fresca del fondo del pozo y la iban dejando caer con precisión milimétrica sobre el cajón metálico, estratégicamente colocado, con una sonoridad cantarina, monocorde y eterna. Los borricos, con los ojos tapados con un trapo para evitar el mareo que produce estar todo un día dando vueltas en el atril de una noria, se movían acompasadamente, haciendo girar la maquinaria y creando un sonido monótono que se iba extendiendo por el valle y acababa confundiéndose por el cántico del agua del regatillo que discurría por el medio saltando de piedra en piedra.
Desde lejos vio al padre asomándose al camino, con el sombrero de paja, sabio en sudores, de la mano, haciéndole señales para que anduviera más de prisa mientras soltaba al aire sus silbidos de enfado.
_¡Se va a quedar pasmao, cuando vea el bastardo!, pensó. Y una sonrisa suave iluminó su cara.
Pero cuando iba llegando oyó los reniegos del padre y las piernas comenzaron a no estarse quietas y a temblar.
- ¡ Mandan cojones- oyó que decía-; y que no hay manera con este tío, que se emboba siempre en el camino y llega a las mil y una. ¡Me cago en crista… y que no sirve con el. Tos los días comemos el almuerzo helao. Y que no escarmienta, el modorro éste!
Escondió el bastardo detrás del cuerpo, pero era demasiado tarde. El padre lo había visto, así es que decidió dejar de disimular y enseñárselo. El padre dio un respingo de potro espantado y se quedó paralizado. Cuando pudo reaccionar acertó a decir:
- ¿ Pero que hostias es eso que traes, un bastardo?. ¿Dónde te lo has encontrao?¿Tira eso ahora mismo, so guarro, que vas recogiendo todas las marranás que te encuentras… Me cago en….
- No me lo he encontrao, lo he matao yo.
_¿Cómo que lo has matao tú? ¡Capaz seras, mendrugo, de andar cazando bastardos! ¿Pero que te he dicho yo de esos bichos?¡ Cualquier día te mete uno pa la hura y allí te come! ¡¡ Tira eso ahora mismo!!
- Es que estaba en el medio del puente de la gavia del molino y no me dejaba pasar- dijo el niño amohinado-. Lo he matao de un cantazo con el tirador.
_Mira que llegas a ser mentiroso… ¡Si te dan un miedo que te cagas las patas abajo…!
- ¡Pues lo he matao yo, me da igual que no te lo creas!
- Te he dicho que lo tires ahora mismo en la cuneta que te sacudo un soplamocos que te apaño. Y ya te puedes estar lavando las manos en la regatera del agua, que o si no no almuerzas esta mañana. ¿Cómo llegas tan tarde?
-Es que entre el hombre del mudadal, los pájaros, la rana y el bastardo…
- ¡¡Pero de qué coño me estás hablando de mudadal, pájaros ranas, ni la madre que los parió…!!
- Es que también ha cazao un pardal y una rana- dijo al tiempo que metía la mano en el bolsillo del pantalón y sacaba la rana con la lengua fuera y el pájaro con la cabeza destrozada-. Pue eso, que entre…
- Te mato, me cagüen D….. Te mato pedazo de burro… Tira todas esas marranás ahora mismo. Y vete a lavarte las manos que te estrangulo. ¡Tú esta mañana no almuerzas! Ya te puedes ir a arrear el burro, que hasta la hora de comer no almuerzas, melón, más que melón. ¡Así llegas a estas horas!. ¿A qué hora has salido de casa?
_ Cuando salía el sol. Pero es que me encontré con el hombre del mudadal…
- ¿Pero quien coño es el hombre del mudadal?
- Ese alto, mu feo, que tiene un diente de oro…El que besó la calavera en el cementerio…
- ¿Qué calavera?. ¿Pero qué es lo que te estás inventando ahora de la calavera?.
- El del día del entierro del tío Arístides, que cogió la calavera de su madre y la besó.
- ¿De qué madre? ¿Pero tú te has vuelto loco?. ¿Quién va a saber cuál es la calavera de su madre?
- Dice que la sacó por el olor. Que todas las madres tienen un olor especial, como las ovejas…
-¿Como qué ovejas? ¿Pero cómo van a oler las madres como las ovejas, so zángano?
- No, yo no he dicho eso. Las madres no vuelen a oveja, pero los corderos chicos saben quién es la madre de cada uno por el olor…
- ¡Ah!, dijo el padre, un poco harto ya de las cosas que le contaban. Por el olor. ¿Y a que vuelen las madres?
- Dice el hombre del mudadal que las madres tienen todos los olores del mundo…y que las madres muertas vuelen igual que las vivas…y que el olor de una madre cuando se muere, se queda en casa y que…
- Déjalo, déjalo…Ya me lo contarás después… Trae p’acá la cesta que almorcemos, que estará el almuerzo como el carámbano… Como cada día, porque a ti no hay dios que te escarmiente… Cualquier día agarro un bardiasco y te mido bien medido, dijo el padre medio resignado ya, por el hambre y el estupor.
El niño cogió la cesta, que todavía dejaba escapar alguna gota de café y con mucha desconfianza la acercó a donde estaba el padre. Siempre almorzaban a la sombra de los espinos que daban entrada a la huerta, porque era un sitio fresco. Tenían un par de piedras grandes que le servían de asiento y un saco de esparto viejo, enrollado entre las matas que le servía de mantel. El padre desenrolló el saco y lo estiró sobre la fresca hierba, entre las dos piedras y abrió la cesta. Ya estaba acostumbrado a lo que vio, así es que movió la cabeza resignadamente, miró al niño con ojos de fastidio y no dijo nada. Sacó el perol esmaltado, gris por dentro, rojo por fuera y levantó la tapa. Todavía humeaba un poco.
- Menos mal que tu madre ya te conoce y debe poner la leche hirviendo, porque no sé como esto puede estar caliente todavía… ¿Dónde están las cucharas?.
- ¡Yo que sé.!. Pregúntaselo a la mama, que es quien hace la cesta, -dijo el niño-, mientras se lavaba las manos en el agua fresca de la regatera que discurría zigzagueando entre los cerros que formaban los canteros. Se habrá olvidado otra vez de meterlas… ¿Me voy a darle al burro?
-¿Tú ya has almorzao en casa?, dijo el padre haciendo ver que no se acordarba ya del castigo que le había impuesto.
- ¡Yo no!. Dijo la madre que metía almuerzo pa los dos. Pero como me has dicho…
- Anda, anda, lávate las manos y ven al comer, que andarás muerto de hambre. Ya no me acuerdo de lo que te he dicho. Haremos las cucharas con los rescaños del pan, como siempre.
El padre sacó el pan y lo cortó con la navaja que siempre llevaba en el bolsillo del pantalón. se la había traído su hermano Manuel de Bilbao un verano y el padre no se desprendía nunca de ella. Era una navaja mediana, con las cachas de nácar blanco y una pestaña en el inicio de la hoja de acero inoxidable, brillante y bien afilada, que servía para todo. Tenía unas letras gravadas que ponían “108 girodias”. ALBACETE. Decía el padre que el tío se habría dejao buenas perras pa comprarala, porque era de muy buena marca. Luego, con mucho cuidado vació la miga de dos rescaños para convertirlos en un cuenco, le cortó uno de los bordes y formó una cuchara que les serviría, como tantas otras veces, para compartir la leche con café, migada con pan, que era siempre el primer plato del día y el último de la noche. Por la mañana caliente y por la noche fresca, pues la madre la ponía entre dos corrientes de aire de la casa durante toda la tarde para que se enfriara. No había nevera, pero tampoco hacía mucha falta.
Los rayos metálicos del sol se filtraban por entre las ramas de los espinos, creando una simetría fina de líneas perfectamente rectas, donde el polvillo del camino creaba distorsiones de un color blancuzco, que se perdían al llegar al suelo verde. Algunas veces los pájaros cantores, jilgueros, verderones y pimienteros, atraídos por el olor de la comida, se posaban entre las ramas, acechando las migas de pan o de huevo y farinato que se desprendían de las manos de los que comían y que eran un manjar exquisito para ellos y dejaban escapar melodiosos cánticos que llenaban la naturaleza de una sensación inenarrable de armonías bellas.
Las hormigas competían con ellos, pero sabiendo que tenían la partida perdida de antemano y que en el mejor de los casos servirían de alimento a las aves, se mimetizaban entre las hierbas más altas tratando de pasar inadvertidas, sin conseguirlo nunca. Siempre acababan sirviendo de postre para un ruiseñor, un tordo, un jilguero o una oropéndola. Era la ley de la naturaleza. Los más débiles sirven de alimento a los más fuertes.
Un escarabajo pelotero, negro como un tizón, atravesaba los cerros arrastrando su pelota de basura, tratando de ir lo más rápido posible de un agujero inundado por el agua del riego y ponerse a salvo entre las hierbas del vallado, donde, seguramente, tenía otra hura. Pero un tordo, de plumaje negro zaino, salió rezongando de entre los espinos albares, cuajados de flores blancas y de hojas de verdores brillantes al sol de la mañana, lo enganchó entre las valvas de su fuerte pico y piando escandalosamente se perdió entre el seto del vallado para almorzárselo tranquilamente.
El niño trató de seguir un rayo del sol, de los que se filtraban entre las ramas, metiéndolo entre sus manos ahuecadas, pero el sol lo cegó totalmente y bajó la vista al suelo. Durante un breve momento cerró los ojos y una cortina de colores se formó en su cerebro, recordándole las luces de un carrusel de feria.
- ¿Este año iremos a la feria, padre?
- Ya veremos, lo que dan de si las alubias. Parece que mala pinta no llevan, pero en estas cosas del campo ninguno está libre de que un mal nublao aparezca un día y nos joda tol trabajo del verano. Y si no hay perras, no hay feria. Anda, arrecoge los cacharros y vete a arrear al burro. Friega los cacharros con la arena del pozanco por donde sale el agua y los pones a secar al sol.
-¿ Puedo coger la rana y el pardal?
-Haz lo que quieras. Ya que los has cazao. Y no te vayas al regato a cazar más ranas, que como se pare el burro te arreo un mosquilón detrás de las orejas…que te avío.
Un sol implacable del julio castellano llenaba el campo con los mil colores de las huertas, sacando brillos transparentes en el regaterón del agua que discurría cantarina para dar vida a las plantas que, si un mal nublao o una epidemia no las estropeaba, darían vida a una familia durante un año más, que es a lo que un labrador pobre aspiraba. hacía muchos años que una guerra cruel y fratricida y el nudo de una dictadura salvaje, les había hecho renunciar a la esperanza de una vida mejor. Sin embargo el hombre trataba de sobrevivir agarrado como una lapa, al trozo de tierra aterronada, que aún le permitía soñar en una vida mejor.

                                       M. Pablos.

A mi padre, Germán y a todos los que como él dejaron una parte de su vida entre los cerros. Con mi cariño y mi reconocimiento.